¿Dónde está el límite de la gestión de los datos en los procesos de fabricación?
Los datos se han convertido en el principal negocio del siglo XXI, tanto a nivel social como industrial.
Desde el punto de vista social,
numerosas compañías disponen de grandes volúmenes de datos para estudiar el
comportamiento de las personas y así predecir sus gustos, deseos, necesidades…
En base a estos datos, las compañías ofrecen productos a los usuarios.
Desde el punto de vista
industrial, las compañías han asumido la necesidad de conocer mejor su proceso
para hacer lo más eficiente, adquiriendo un gran volumen de datos sobre el
mismo para analizarlo y poder simular y predecir el comportamiento de los
sistemas.
Ligada a esta tendencia ha
surgido lo que se asemeja a la cuarta revolución industrial comúnmente conocida
como Industria 4.0, ganando relevancia la ciencia de datos a través del Big
Data.
Igualmente, esto ha dado paso al
crecimiento del “Product Data Management”, que no es ni más ni menos que la
gestión de los datos de producto a través de herramientas software para
gestionar toda la información de todos los procesos de una forma centralizada.
Estos procesos abarcan desde el
diseño CAM, a las instrucciones de fabricación, los requisitos y los
documentos. Es una herramienta transversal a toda la organización y gigantes tecnológicos
de la industria, como Siemens, han comenzado a potenciar este tipo de
herramientas y a integrarlas en distintos sistemas.
La digitalización y los datos darán
un salto de calidad a la gestión de los procesos: “Digitalizar es vigilar”.
Bajo esta misma frase, la Doctora en Filosofía por la Universidad de Oxford y profesora en el Instituto de Ética e Inteligencia Artificial Carissa Véliz nos alertaba de los peligros de la digitalización en un artículo publicado en EL PAIS, el pasado 3 de diciembre:
“Los gigantes tecnológicos
comparten el deseo de digitalizar el mundo porque es una forma fácil de ganar
terreno, de agrandar la casa. Todo lo analógico es un recurso en potencia. Algo
que se puede convertir en datos para luego comercializar. Por eso Facebook ha
sacado unas nuevas gafas con Ray-Ban que tienen micrófonos y cámara. Más
captura de datos. Por eso el nuevo sistema operativo del iPhone puede
digitalizar texto y números desde una imagen, puede escanear edificios para que
sean reconocidos en la aplicación de mapas, tiene algoritmos que pueden
identificar objetos en un vídeo en tiempo real, y hace posible convertir fotos
en modelos tridimensionales para usarse en la realidad virtual. Por eso
Microsoft está proponiendo una plataforma que crea avatares tridimensionales
para tener reuniones más interactivas. Y por eso Facebook —perdón, Meta— está
insistiendo en su metaverso.
Los titanes tecnológicos nos
aseguran que sus nuevas invenciones respetarán nuestra privacidad, por
supuesto. Lo que omiten es lo que llamo la ley de hierro de la digitalización:
digitalizar es vigilar. No existe tal cosa como una digitalización sin
vigilancia. El acto mismo de convertir en datos lo que no lo era es una forma
de vigilancia. Digitalizar implica crear un registro, poner etiquetas a las
cosas para que sea más fácil encontrarlas y seguirlas. Digitalizar equivale a
hacer rastreable aquello que no lo era. ¿Y qué es rastrear, si no vigilar?”
En este entorno y con los gigantes
tecnológicos e industriales entrando de lleno en la gestión de los datos de sus
procesos, la Doctora nos lanza la siguiente idea:
“Hace unas semanas tuve una
conversación con un par de ingenieros que no concebían que pudiera haber un
problema de privacidad por digitalizar el mundo. Demasiada gente entusiasta de
la tecnología digital está bajo la impresión, tan conveniente como equivocada,
de que si las personas consienten a la recolección de datos, y si el
procesamiento de datos sucede dentro de nuestro propio teléfono u ordenador, no
hay ningún problema de privacidad.”
¿Dónde está el límite de la gestión de los datos en los
procesos?
Recientemente, un operario de una
línea de producción me indicaba que, desde nuestro ordenador, los Ingenieros sabíamos
qué hacía en cada momento y me preguntaba si habíamos olvidado el lado humano
de la producción.
Con la digitalización y la
adquisición de datos, puedes saber cuánto produce un operario por turno, cuánto
tiempo está la máquina activa, cuánto material entra y sale de cada estación,
cuáles son los descansos del operario… Ahora bien, ¿sabemos cuál es el estado
de ánimo del operario? ¿Si ha tenido que ausentarse de la estación de
producción para acudir a una urgencia? ¿ayudar a un compañero? ¿ir al baño por encontrarse
indispuesto?
Todas estas cuestiones humanas no
figuran en los registros digitales de los datos de producción, pero afectan determinantemente
a los valores de la producción. Por tanto, en mi opinión, no podemos negar el
salto cualitativo que supone la digitalización en la gestión de los procesos, pero
no podemos perder nunca la perspectiva humana de los mismos.
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